Mucha gente no lo sabe o no se da cuenta pero, ¿por qué conectamos con unas personas y no con otras? Creo que esto se debe a la sociedad en la que vivimos en la que día a día juegan muchos estereotipos, prejuicios y malas sensaciones que te transmite una persona sin apenas conocerla.
Cuando llegas a una clase con un grupo de profesores, compañeros, asignaturas y vivencias totalmente nuevas y diferentes a todo lo que te habías encontrado anteriormente, llega lo más difícil, socializar, llegar a tener alguna conversación con alguien de tu clase que sea más que un ''hola, ¿qué tal?''.
Normalmente, esto es lo más duro, confiar en alguien desconocido y que llegue a consolidarse como amistad. Pocas personas por no decir una mínima minoría acabarán relacionándose y llevándose bien con toda la clase desde el minuto uno y, precisamente es porque una vez que conectas con alguien ya no quieres saber nada más ni conocer a nadie más de tus compañeros.
El año pasado conocí a personas maravillosas durante el curso, pero nada que ver con ella, Alicia. Sin conocernos y con las caras de 'borde' que tenemos, las cuales rehuyen a la gente y no facilitan entablar amistad, Alicia iba por la clase hablando con todo el mundo que, como mucha gente al ser todos nuevos hacían, pero lo mejor era cuando algo le había salido bien y se ponía a bailar sola en mitad de clase, no era una niña como las demás, era Alicia. Con el paso de los meses se venía algún que otro recreo con nosotros compartiendo más risas y cosas en común, resulta que conocía bien la zona en la que vivo y había épocas en las que había pasado muchos momentos allí, incluso conocía personas que yo conocía.
Nos sentábamos juntas en clase, íbamos al baño juntas, bueno, íbamos a todos lados juntas, ya era una más del grupo y que mejor que ella en él.
A día de hoy, Alicia es una de las personas más importantes de mi vida, ya han pasado dos años y hemos creado una unión de mucha confianza, sabemos como tenemos que tratarnos la una a la otra, nos respetamos, nos entendemos, no tenemos pelos en la lengua para hablar de cualquier cosa, compartimos la mayoría de ideas, nos encanta la fotografía, el café y cualquier tontería que nos haga doler el pecho de carcajadas o reírnos de lo mismo durante días. Gracias a su personalidad libre de prejuicios, de vergüenza y plagada de espontaneidad y vitalidad, pudimos conocernos tan bien.
Tiene una personalidad que si sonríe tienes el mejor día del año y si está triste, lloras con ella, y es imposible que no detectes en ella su estado de ánimo porque una de las cosas que tenemos en común es que somos muy expresivas y muy sensibles por lo que es completamente imposible ocultar siquiera una mala nota en un examen, con más personalidad que todos los vestidos de Amancio Ortega juntos y más honesta y humilde que un plan de paz en Palestina.
Podíamos haber coincidido en aquella época en la que salía por mi barrio, pero si me paro a pensar en ello, creo que nos conocimos en el momento perfecto porque esa época fue pasajera, como las personas que tenemos en común ella y yo y con la que ya no trata, sale, ni queda.
La delgada línea que divide ser compañera y ser amiga es difícil de diferenciar ya que cada persona es diferente y nunca terminas de conocer a alguien, yo la consideré amiga mucho antes de quedar con ella fuera del horario lectivo, cuando me abrí a contarle y escuchar nuestras vidas y cosas que nos preocupaban en cafeterías, salir pitando de Mae West después de un ataque de ansiedad tras pagar 12 euros y estar 15 minutos, pintarnos los labios en clase, empezar un examen riéndonos, meternos en casas minúsculas, que se equivoquen de gasolina y tengamos que empujar el coche, cuando en clase no hacía falta guardarnos el sitio porque sabíamos que íbamos de la mano o cuando le preguntaba si me acompañaba al baño y antes de contestar ya sabía que su respuesta iba a ser un si. Ya era mi amiga, suelo ver y saber lo que siento por alguien y valoro mucho las personas que tengo a mi alrededor pero no me imagino ni pienso nunca en lo contrario, en si verdaderamente yo soy importante, si a mi me valoran, nunca llegué a pensarlo hasta que un día ella y yo nos distanciamos por un malentendido, por una conversación que alargamos muchos días yo creí que a ella ya no le importaba y que me daría una explicación de su distancia conmigo y seguiría su vida por otro lado.
Llevaba una mala racha y separarme de mi pilar principal en clase y tener que verla sin mediar palabra me hundía, cuando me quiso dar la explicación le costaba tanto asimilar que ya no formábamos un equipo y que pensaba que todos los momentos no habían valido para nada, que miró hacia abajo y luego me miró y se le saltaron aquellas clase de lágrimas que jamás en la vida habían dicho tanto, cuando la vi entendí lo que suponía esta amistad para ella, y por supuesto comprendí tan bien que habíamos vivido con el mismo sentimiento desde el principio sin habernos dado cuenta que esas lágrimas comenzaron a tener mi nombre incluso ya se derramaban por mi rostro, desde ese momento supe la falta que nos hacíamos.
Lo que te transmite una persona muchas veces no vale tanto si te encierras en conocer a una clase de personas y no te paras a conocer a la otra, ya que te cierras en banda y no te das a ti, ni a otros la oportunidad de ver más allá de vuestros físicos y por supuesto, si comparábamos cómo te sentías con cualquiera de la clase y cómo te sentías cuando estabas con ella, ganaba su compañía de goleada y como hablábamos con mayoría de nuestros compañeros, teníamos un amplio abanico en el que demostrar que los resultados de todas esas emociones eran fruto de una amistad.
Felicidades a la persona que mejor me comprende, con la que puedo ser yo misma y la que me invita siempre a desprender felicidad por el mero hecho de estar con ella.
Te quiero.
